En diciembre de 2009 salían del Monasterio de Yuste para no volver
jamás los últimos seis jerónimos, con fray Francisco de Andrés a la
cabeza. Abandonaban la que también fue última morada del emperador Carlos
V y su cenobio durante 451 años, pensando que regresarían tras las últimas
reformas emprendidas por Patrimonio Nacional, de quien depende su gestión.
Sin embargo, su propia Orden, anémica de vocaciones, tenía otros planes para
los religiosos de la clausura verata y había ordenado su reagrupación en
Segovia. Ya lo había avisado fray Francisco dos años atrás, a la vista del mimo
con que era tratada la Sociedad para la Conservación del los Murciélagos que
velaba por la preservación de la colonia de quirópteros aferrada a sus muros:
"Para especie en extinción, nosotros". Y no le faltaba razón.
A fray Francisco lo encontré en Yuste una mañana de la primavera de 2007
vestido con un mono azul de trabajo y las manos callosas como sarmientos, más
propias de un obrero que de un ministro de la Iglesia. Acababa de reparar una
custodia del siglo XVI y me pidió unos minutos para cambiar el atuendo de
trabajo por el hábito blanco y marrón de los jerónimos. Antes había aseado y
dado de comer a fray Antonio de Lugo, octogenario enfermo de alzheimer;
acudido a la liturgia de las seis de la mañana, luego a las ocho y media al
oficio de lecturas, oración, laudes, misa y acción de gracias, y antes de que
cantara el gallo, a eso de las tres de la mañana, me confesó que había estado
llorando ante el Sagrario desahogando "una responsabilidad tan grande que ni
imagina y que atenaza mi corazón de secretos secretísimos" como consejero
del Papa.
Un papel de asesor que hoy, a kilómetros de la Vera, el último prior jerónimo
de Yuste, con 45 años de vida contemplativa a sus espaldas, sigue cumpliendo,
como él mismo confirma, pero no desde las entrañas de la clausura, sino entre
las herramientas de un taller de orfebrería en Cabrerizos, Salamanca, y fuera de
la orden jerónima, que abandonó "porque aquello se puso muy mal y
entonces ya no merecía la pena". Así explica cómo "a mí me quitaron de en medio
porque debía de estorbar para ciertos planes -siempre se temió que imperara por
los mandamases un fin eminentemente turístico para el lugar, como así ocurrió- y
entonces fue cuando cerraron el monasterio".
Tiempo atrás el prior había visto engrosada la comunidad con la llegada de
monjes kenianos, pero que, tras ingentes papeleos administrativos para legalizar
su residencia en España, se marcharon una noche saltando por la ventana.
“Yuste fue un asunto muy sucio”
"A los que se quedaron -continua su relato-, los llevaron a El Parral
(último reducto en Segovia de los jerónimos en el mundo, ya que la orden nunca
salió de la Península Ibérica), y allí viven unos cuantos muy mayores y muy
acabados. La Orden está en la agonía. Pero ya le digo que el de Yuste fue un
asunto muy sucio y muy triste, que ya no tiene solución. Lo dijo
Jesuscristo: nadie es profeta en su tierra, y yo ni de mi propia casa, de modo
que se ha cumplido su palabra; pero aquí estamos para dar una respuesta amorosa,
comprensiva y misericordiosa como la dio Él".
La revisión histórica, tras nuevos hallazgos carolinos, y la consiguiente
“reorganización" de los espacios, con el horizonte puesto en 2008, fecha de las
conmemoraciones redondas -600 años de la constitución en Yuste de la primera
orden religiosa, 450 años de la muerte de Carlos V y 50 de la vuelta de los
jerónimos al monasterio tras casi 150 de ausencia-, acabó por sentenciarles un
año después de tanta celebración. Y la voz de Fray Francisco de Andrés, que
siempre defendió contra viento y marea, contra Patrimonio y el sursuncorda, la
pervivencia de su pequeña familia monástica, fue silenciada.
Y eso que la suya no fue una función exclusivamente espiritual en Yuste. En
su misión sin fin de ora et labora también tenían encomendada los monjes
la limpieza de las habitaciones de Carlos V, convirtiéndose la comunidad
jerónima en el más eficaz garante de la conservación del lugar. Cada día
cuidaban en recogimiento esas estancias -los jerónimos siempre están en silencio
salvo tres horas de recreo a la semana- y en esa tarea doméstica fray Francisco
decía sentir la presencia del emperador, "la tensión de la última batalla, la
que fue más trascendente para él, pertrechado no de legiones, sino de los
hombres más santos y virtuosos, los mejores artistas y los libros más valiosos,
para vencer en su deseo de morir en paz de cara a Dios, con tantos pesares como
traía".
En marzo de 2010 asistimos a la confirmación de Francisco Pizarro,
delegado de Patrimonio Nacional en Yuste, de que los jerónimos volverían y de
que todo lo que se había dicho sobre su salida no se ajustaba a la realidad.
Pero la única verdad es que el 15 de febrero de 2011 ya era un hecho que los
cenobitas no regresarían al monasterio extremeño, cumpliéndose los temores de
fray Francisco: quedaba para destino turístico y sede de la Fundación
Academia Europea de Yuste, donde el proyecto europeísta hunde sus profundas
raíces culturales.
Ahora, cuatro años después de romperse la clausura jerónima y con nuevos
dirigentes al frente de Patrimonio Nacional, se anuncia que el próximo 10 de
marzo y con una misa especial que presidirá el cardenal Rouco Varela, los
rezos, aunque en polaco, volverán a poblar una exigua parte de Yuste. Para ello
se ha construido un anexo que aspira a ser reducto de espiritualidad, aunque sea
de importación. “Han encontrado -dice Francisco de Andrés- a un par de eremitas
polacos que andan por allí aprendiendo español". Dos monjes, Rafal y
Pawel, de la Orden de San Pablo Eremita, comunidad paulina que desde el
siglo XIV se hace cargo en Czestochova de la Virgen de Jasna Gora,
patrona de Polonia, y que ahora cambiarán por la Trinidad del retablo mayor de
la iglesia monacal extremeña.
Y mientras, en Cabrerizos, el último prior jerónimo de Yuste, consejero del
Papa, vive al cobijo de la familia Yanutolo, cuya hija Elena, prestigiosa
restauradora, posee un taller donde Francisco de Andrés ora et labora.
Sacerdote, orfebre y conferenciante, se afana estos días en preparar una
colección de ceras para hacer encuadernaciones de lujo y tiene en el horizonte
una exposición que espera acoja Caja Duero.
"Corren tiempos oscuros", me
dice al fin el cura, que a los 22 años dejó a su novia para meterse a monje.
"Sin embargo, yo siempre he tenido muy claros mis principios, asentados como
carisma y vocación. La Iglesia no necesita hombres como yo, los necesita
mejores, porque perder la virtud sería el fin. Mi concepto de mi mismo ha sido
siempre bastante pobre, pero también es verdad que he tratado de vivir a tope
con todo el corazón y todo el alma, de día y de noche, para servir a la Iglesia
y a los hombres, poniendo por encima de todo el amor, la verdad, la justicia, la
unión con Dios y con Cristo, y la entrega a los demás con el objetivo de vencer
el mal. Y he hecho lo que he podido. Me he inclinado por el arte, la
espiritualidad, por lo bello y lo noble, y así vivo ahora". Tan lejos de la Vera
que huele a jara y tomillo, la que abriga la sierra de Tormantos, y que ya nunca
más volverá a mecerse con el sonoro silencio de la paz de los jerónimos.